Desacertada porque si hay algo que la psicogeografía ha enseñado es que la latencia emocional de una ciudad, su potencia para lo maravilloso, se pierde al transcribirse. Si la ciudad es poética[1] lo es como experiencia. Pero esta experiencia es leve, y cada día que acumulamos soportando las condiciones de banalización totalitaria de la alienación moderna se aligera hasta volverse casi insignificante. El problema de las emociones y las prácticas ligadas a la influencia del espacio es que se dan tanto en los planos más inmediatos y socialmente menos valorados de la subjetividad como en una época donde las subjetividades están siendo violentamente aplanadas por los bulldozers de la tumoración capitalista. Por tanto en territorios que, siendo prácticamente vírgenes lingüísticamente, sin apenas tradición lírica que los articule, se tornan progresivamente inexplorables. Así la psicogeografía se nos presenta configurando haces de sentimientos que casi cuesta creer si no es por la mediación de los escasos y falsos referentes espaciales espectaculares. Esta “subjetividad en bruto” hace del testimonio psicogeográfico un ánimo de comunicación difícil y de la psicogeografía un segmento de sensualidad infrasentido. Aunque resulte paradójico, el apunte psicogeográfico, siendo una actividad superflua que se aleja del sentido de la psicogeografía como vivencia, puede cumplir un papel. Eso sí, siempre y cuando alcance a resultar también un pasatiempo agradable a falta de otra cosa mejor. En primer lugar como plomada; dado su déficit de autoaprehensión, es posible que este tipo de experiencias requieran de un sistema de notación personal (casi íntimo) que les otorgue espesor y cuerpo, así como de una especie de cartografía que permita agenciamientos psicogeográficos.
Pero hay más. Por un lado la psicogeografía construye comunidad. Por otro lado, no deja de ser una herramienta de liberación potencialmente contagiosa. Más allá del clan, el valor de dar a leer documentación psicogeográfica no pasa de ser, pues, el de un trampolín para que cada uno se arroje a su propia cadencia de exploraciones, para que cada uno conforme su propia actitud psicogeográfica, que es una actitud de autoconciencia sobre fenómenos que ya se dan intuitivamente (al final, no es nada más ni nada menos que eso). Mucho más importante que la expresión de unos contenidos concretos resulta entonces, de este tipo de textos, la difusión de unos esquemas de comportamiento y unas prácticas liberadoras.
Rastreando, y con una función meramente referencial, podría dar una lista rápida de algunos textos que en mí han tenido ese efecto alentador:
Formulario para un nuevo urbanismo de Ivan Chtcheglov.
Introducción a una crítica de la geografía urbana .y Teoría de la deriva de Guy Debord.
Venecia ha vencido a Ralph Rumney de la I.S.
Intento de descripción psicogeográfica de Les Halles de Abdelhafid Khatib.
Lugares poéticos de Bruno Jacobs.
Hache de Eugenio Castro.
Impasse Ángélique de Kryzstof Fijalkowski.
La radio y la rosa. Carl-Michael Edenborg.
Pero algo ha de quedar claro desde un principio. El documento psicogeográfico no es literatura. O es fiesta cartográfica o es humus lírico comunitario en proceso de fermentación( del que germinan, por ejemplo, la toponimia de las jergas y las pautas inconscientes de las rutas ambulantes en las noches del viernes). Ambas se pretenden. Superar la gestión artístico-literaria de las implicaciones emocionales del espacio, superar su fase expresiva: he aquí una de las miles de tareas comprendidas en un proyecto revolucionario de la vida cotidiana.
Este diminuto aspecto (la psicogeografía) es un campo tan amplio e inconcluso como el espectro emocional humano. Todo está aún por probar, pues la totalidad de los sentimientos y las sensaciones pueden darse psicogeograficamente, es decir, en relación con las disposiciones espaciales: la desorientación, la risa, el terror, ..así como aquellas nuevas pasiones que aún estar por construir. Del mismo modo, prácticas hoy comunes son psigeográficas inconscientemente. Ejemplos: el graffity es una actividad de una fuerte raigambre psicocogeográfica sin que lo sepan la mayoría de sus participantes. Ampliando la escala, todos los juegos en la ciudad (desde el pilla-pilla de los críos hasta el vandalismo, pasando por las procesiones de Semana Santa o nuestras intervenciones de poesía por otros medios) son siempre psicogeográficos al emplear, pero también redibujar, un mapa vivencial de la ciudad; los ejercicios de memoria, como la búsqueda de escenarios de recuerdos, el utillaje operacional en el espacio de cada uno de nosotros, el aura de algunos lugares mercantilmente colonizado por la industria turística, el radio de acción de las pandillas juveniles… todo estos fenómenos entran dentro del campo de experimentación pasional de la psicogeografia.
Por mi parte me interesa situar todo esto a la altura de lo que realmente es: desalienación, retoma del flujo de la vida frente a la cosificación mercantil, en definitiva, líneas de resistencia y maniobras de asalto en esta guerra social que nos cruza el cuerpo. Pasar del ello psicogeográfico a un yo psicogeográfico que no sea sino haga, como parte pequeña de un movimiento general de toma de control de nuestras vidas a través del acceso a la historia.
Hasta que llevemos más lejos nuestro proceso de desfetichización, estos son nuestros rudimentarios logros.
[1] En su acepción original (poiesis) y no en su conocido reduccionismo literario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario